«No es muy dotado», aseguró su profesora del colegio, que no podía ni imaginar que aquel alumno que no podía leer ni dos párrafos sin perder la atención batiría su primer récord del mundo a los 15 años
ISRAEL VIANA
EFE
Michael Phelps, con 18 años, con las seis medallas obtenidas en los Campeonatos del Mundo de Barcelona (2003)
Las grandes leyendas del deporte suelen esconder detrás una gran historia de superación. Y Michael Phelps no podía ser menos. Trastorno por déficit de atención con hiperactividad, esa fue la cruz (y quién sabe si la cara) del ahora mejor atleta olímpico de todos los tiempos. «Su hijo nunca llegará a concentrarse en algo», le dijo la maestra de Michael a su madre, Deborah Phelps, cuando era un chaval.
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Phelps, en los Juegos de Atenas (2004)
«Yo le dije que quizás se estaba aburriendo», recordaba Deborah en 2008, durante una entrevista con «The New York Times». Pero sus maestras insistían: «No es muy dotado». Su madre, que había sido profesora durante 22 años, preguntó enojada: «¿Qué es lo que van a hacer para ayudarlo?».
De aquel Phelps de los primeros años 90 al que ayer consiguió su decimonovena medalla en el 4x200 libres hay una distancia enorme. Aquel niño que corría, saltaba y no podía leer más de dos párrafos sin perder la concentración es hoy el atleta con más medallas en la historia de los Juegos Olímpicos, tras batir un récord que llevaba vigente desde que en 1964 la gimnasta rusa Larisa Latinina consiguiera su metal número 18. «He sido humano toda mi vida», decía ayer Phelps para minimizar su logro.
Muchos hoy niegan esta afirmación a juzgar por el cambio que experimentó durante su temprana adolescencia, su alimentación o su mastodóntico ritmo de entrenamiento. Antes, en la transición de la infancia a la adolescencia, el joven Phelps comenzó a crecer de manera desproporcionada. Tanto, que al correr, sus brazos le llegaban casi hasta sus rodillas. Sus compañeros de clase se burlaban de él y a alguno le valió probar la caricia de sus enormes manos en la cara.
La natación, en la sangre
Durante aquellos días de difícil adaptación, en los que sus padres se habían divorciado, la natación ya corría por la sangre de las venas de los Phelps. Sus dos hermanas mayores, Whitney y Hilary, eran también nadadoras. La primera incluso estuvo a punto de formar parte del equipo nacional de los Estados Unidos que participó en los Juegos Olímpicos de Atlanta (1996), antes de que sus lesiones acabaran con su carrera.
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Phelps, en Atenas 2004
Charles Wax, el médico de la familia y cuyos hijos también nadaban, observaba a Michael correr enloquecido en torno a la piscina y sugirió consultar a sus maestros, que corroboraron que no era capaz de calmarse, de prestar atención o de estar en silencio. Fue así como entró en la vida de Phelps el Ritalin, un medicamento para tratar la hiperactividad, al mismo tiempo que comenzaba a nadar, con siete años.
A los 11 años, el mismo Phelps pidió dejarlo: «Mamá, no quiero hacer esto más. Mis amigos no lo hacen, puedo manejar esto a mi manera», le dijo. Por aquella época, nadar ya lo era todo para Michael, que tenía entusiasmado su entrenador de toda la vida, Bob Bowman, que ya le veía «en los Juegos del 2000, compitiendo en los Juegos de 2004 y batiendo récords mundiales en 2008. ¡Y en 2012 los Juegos serán en Nueva York!», vaticinaba, en palabras de Deborah a «The New York Times».
Phelps, obsesionado con su estilo
Aunque le costaba hacer los deberes, podía pasarse durante horas analizando los vídeos de sus carreras, si levantaba la cabeza inadecuadamente, como realizaba las brazadas, la respiración, todo.
Fue el nadador más joven en establecer un récord mundial en 200 mariposa
Ese afán enfermizo por perfeccionar su técnica le hicieron un deportista precoz que asombraba a propios y extraños, quemando etapas a toda velocidad. A los 15 años se convertía en el nadador más joven de la historia en representar a los Estados Unidos en unos Juegos Olímpicos (Sidney 2000), el más joven en establecer un récord mundial en 200 mariposa (con 15 años y nueve meses) y el primer hombre en bajar de 1:55 en esa distancia.
No fue de extrañar que con ese prematuro palmarés se convirtiera en el único de los nadadores estadounidenses que decidiera pasar directamente al profesionalismo saltándose el casi sagrado periodo de la formación universitaria. El resto, ya es historia.
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