Diego es un niño gijonés que padece un desorden hiperactivo-impulsivo, trastorno que, según recientes estudios, padece el 5% de los alumnos. Ahora cambia de centro educativo y en esta emotiva carta se despide de los que han sido sus profesores en una complicada etapa escolar.
DIEGO BATALLA MARTÍNEZ
Hola, soy Diego. Sí, para algunos una pesadilla. En estos momentos estoy viviendo el último castigo en casa por motivos colegiales. Como no tengo mucho que hacer se me ha ocurrido despedirme de los que habéis sido mis profesores.
También quiero aprovechar para disculparme por mi comportamiento en clase. Ya sabéis, contestaba a las preguntas sin permiso, continuamente me movía en el pupitre e incluso me decíais que hablaba solo. Supongo que ya lo sabéis: soy un niño hiperactivo.
Mis padres me han dado algún libro sobre niños como yo. La verdad, prefiero seguir leyendo los libros de M.; pero hay una guía para educadores, en ella me sorprendió la descripción del niño hiperactivo, predominantemente impulsivo, y yo me identificaba con él: se mueve de un lugar a otro en momentos inapropiados, acostumbra a interrumpir, mueve manos y pies en exceso y por momentos su comportamiento es muy molesto. El cerebro de estos chavales no llega a controlar su comportamiento ni anticiparse al futuro. Preparar y dirigir su conducta hacia la consecución de su tarea tiene grandes obstáculos.
Como muchos sabéis, voy a un médico, el cual me explicó que a un niño que padece tos no se le puede castigar o reñir aunque tosa en clase y moleste. Por el contrario, a estos chicos como yo se les debe elogiar la conducta adecuada, hablando con un lenguaje positivo e ignorando conductas menores (como no sacar la libreta en clase). También señala que se nos debe dedicar tiempo extra, acercándose a nosotros con ganas de ayudarnos y de vernos como a niños que tenemos un problema y no como a niños problemáticos.
Guardaré también buenos recuerdos de todos vosotros y sobre todo de mis compañeros, con los que espero disfrutar durante muchos años.
Recuerdo cuándo empecé el colegio. Era un crío, y tú, R., tú nunca me comprendías.
E. fuiste compresiva conmigo y te lo agradezco, noté que te gustaba enseñar, no como a otros.
B., donde quiera Dios que estés, sé que te llegarán estas líneas. Para ti sí fui un problema, pero lo supiste asumir, hablaste con Ch. e intentaste ayudarme.
M., ya sé que me odias, yo también te correspondo. Me lo demuestras todos los días cuando levanto la mano para contestar una pregunta en clase y haces lo imposible para que no la pueda responder. Cuando te pregunto el significado de una palabra y me dices que lo busque en un Diccionario sabiendo que no lo tengo, y al poco tiempo responderle la misma pregunta a otro compañero/a.
J. A., gracias por preocuparte por mí desde que nos conocimos, supiste ver en mí a un niño hiperactivo y se lo comunicaste a mis padres.
M., tus clases son especiales, aunque no las mejores para niños como yo, pides mucha calma y silencio. Siento no haber respetado los turnos de palabra, aun así me valoraste lo positivo, como A., a la cual le doy gracias por apoyarme en los momentos difíciles.
C., ya sé que piensas que soy un chico demasiado inquieto y que la hiperactividad es un camelo, pero para sorprenderte voy a citar una poesía en inglés, una de mis aficiones:
«Charles
at the botton of the mountain
the enemy
is inside.
Inside
your body
Charles»
C. del V., no hay palabras para describir tu comportamiento?
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